jueves, 18 de junio de 2009

INNOVACIÓN

La educación necesita que las educadoras y los educadores innoven

Repasemos, una vez más, el contenido de este Ciclo y avancemos otro paso sobre los “Principios para la creación de un modelo pedagógico desde la perspectiva compleja y transdisciplinar”

Hemos recorrido ya más de la mitad del programa de nuestro Ciclo, ahora, a las puertas de un nuevo año hemos de verbalizar nuestros buenos propósito. Y para este colectivo, de educadores y de profesionales interesados por la educación, que ha logrado crear y sostener con su constancia y entusiasmo este espacio de reflexión, el propósito, yo diría el sagrado propósito, es el de continuar dando los pasos para la construcción de un modelo pedagógico que esté en armonía con la nueva visión que estamos adquiriendo.

Para ello es preciso que innovemos cada quién en el lugar en el que se encuentra, en las condiciones en las que se encuentra. Tratando de dar respuestas a las necesidades propias, contando con los propios recursos, internos y externos. Aceptando la realidad que encontramos, tal como es, sin quejarnos de las condiciones que se dan, porque en ellas descubriremos y valoraremos la creatividad con la que se manifiesta las fuerzas de la vida, a pesar de las limitaciones y los desequilibrios provocados por el hacer humano.

Si observamos el qué, cómo y por qué de nuestras actuaciones en la educación, a la luz del pensamiento complejo, esta mirada nos obliga a replantearnos, en primer lugar, nuestra responsabilidad como educadores llamados a transformar las condiciones que vienen dadas, posibilitando su flexibilización y adaptación a las necesidades de nuestros alumnos, no éstos a las necesidades de las normas fijadas con patrones generales.

También esta mirada nos obliga a educar a partir de la experimentación y, de esa manera, convertir cada experiencia en nuevos conocimientos, abordando ese movimiento con una visión transdisciplinar que recurre a los saberes acumulados, según requieren las nuevas condiciones que emergen, iniciándose así la configuración de un nuevo modelo pedagógico flexible que responde a una concepción nueva de la naturaleza del ser humano y de la sociedad, como realidades en continuo movimiento, que interaccionan, se retroalimentan y se sostienen.

Pretendemos construir un modelo educativo que acompañe a los alumnos en el despertar de sus potencialidades físicas, psíquicas y espirituales; basado en valores de amor, respeto, solidaridad y responsabilidad para consigo mismo, para con los otros seres humanos y para con el entorno natural y con el universo.

Para ello, el modelo ha de facilitar que el alumno se descubra como un ser humano en proceso permanente de transformación, de aprendizaje y de crecimiento trascendente a lo largo de la vida. El nuevo modelo ha de permitir que el alumno sea el protagonista de su propia construcción, favoreciéndole la toma de consciencia de sí mismo y de su pertenencia a un todo, en el que se integran todos y está todo, lo que conoce y lo que ignora.

Estos objetivos que hemos de proponernos no se materializarán si no los interiorizamos los educadores, acompañándonos en nuestro propio despertar, conociendo nuestras facultades, ejerciendo nuestro papel con los mismos valores que deseamos ayudar a desarrollar en nuestros alumnos, sintiéndonos formando parte de todo lo que existe, sabiéndonos en permanente aprendizaje, aceptando los cambios como manifestaciones de los procesos que forman parte de la vida.

Nuestro papel más importante no es enseñar materias, disciplinas, teorías, es mostrar lo que es y eso sólo se enseña, y sólo lo aprende el pupilo, cuando el educador encarna los valores, los principios, los conocimientos que pretende transmitir, sintiendo que se mueve y coopera con el latir de la vida, cuando ejerce con amor y vocación el magisterio.

El educador motivado se siente impulsados por la voluntad de crear nuevas condiciones, para sus hijos o para sus alumnos, aceptando el riesgo que supone las circunstancias adversas y construyendo nuevas realidades a partir de ellas. Ese ejercicio creador nos permite, además, entrar en conexión con la consciencia que nos sostiene.

La cuestión no es qué técnica pedagógica elegir, como quien se pone delante de un escaparate

La cuestión es crear fórmulas pedagógicas mirando a los que tenemos en el aula hoy. Poniendo nuestro corazón en el proyecto que tenemos delante y preguntándonos qué necesito, para qué y en quién estoy pensando.

Para lograrlo, es preciso que no renunciemos a nuestra responsabilidad como educadores y a nuestra capacidad como creadores, mirando para los lados a ver quién o qué receta hay en el mercado que resuelvan para siempre los retos de cada día, perdiéndonos en los vericuetos de propuestas que hay que meter con calzador, porque nunca serán a la medida del niño, la niña o el joven que tenemos delante.

Normalmente, esas importaciones tampoco nos permitirán vibrar al unísono con ellos, tal y como cuando tocamos la melodía que nos hace uno con nuestros alumnos, en el instante sagrado en que se genera la comunicación entre todas las almas acogidas en el espacio del aula.

El punto de partida es dónde estoy yo, desde qué lugar miro, cuáles son las circunstancias en las que me desenvuelvo, cuáles son las condiciones que se dan, cuáles los recursos personales y los del entorno y cuál es el fin que pretendo alcanzar, como educador o educadora.

Empezando por integrar lo ya emprendido, las intuiciones primeras y lo que fue construido a partir de ellas. Definiendo, de esta manera, los objetivos, los medios, el trayecto a recorrer y el tiempo que necesita la puesta en marcha del proceso que abrimos.

Hemos de asumir que el poder de crear, de innovar, está en todos, en cada uno de nosotros también, y que por eso somos responsable de lo que hay y de lo que puede haber en el futuro.

Como toda creación, un nuevo modelo pedagógico surge estimulado por una inquietud interna y por una necesidad externa, una necesidad de transformación de las actuales condiciones sociales en las que nos toca educar. Es la necesidad de buscar nuevas fórmulas educativas que brota desde la conciencia de lo que como educadores nos toca hacer, teniendo en cuenta cómo somos, que cualidades portamos, para configurar ese hacer.

Hemos de ser conscientes, por otro lado, que asumir protagonizar un cambio en el modelo pedagógico es crear nuevas condiciones de transformación social en el entorno que rodea la vida de nuestros alumnos. Es también activar las dinámicas sociales, cambiando las interrelaciones viciadas, para que la sociedad y sus instituciones se confabulen a favor de una educación para la vida, al servicio de la vida y siguiendo las leyes internas de la vida.

Cuando las innovaciones afectan a un sistema social, las transformaciones que generan en dicho sistema trascienden el marco de ésta para influir a los otros sistemas, con los que el primero está coaligado o vinculado, generándose un movimiento intenso de emisión y de recepción, de influencias mutuas, que darán origen a nuevos saltos cualitativos.

Pero qué significa innovar en pedagogía

El educador y la educadora no deben olvidar nunca que todo lo que hacen, como tal, forma parte de su aventura de vivir: que con lo que hacen, y a través de ello, entran en el conocimiento de sí mismos. Si algún interés tiene su trabajo, el fundamental es el interés propio.

No en el sentido del interés de la personalidad, ese camino lleva irremediablemente, a los vicios que conocemos (competitividad, abandono de caminos de investigaciones no bien vistas, borreguismo, soberbia, ambición) los cuales nos hacen renunciar antes de haber encontrado nuestra verdad, nuestra propia “candela”, la que sí va a alumbrar lo que hacemos y cómo lo hacemos.

El primer beneficiado de cualquier experiencia es el que la vive intensamente, luego, ese derroche de luz y entusiasmo que acompaña al vitalista, sirve de faro a los otros caminantes del mismo sendero, que tomarán ese faro como orientador hasta que su propia luz se encienda.

¿Cómo conocer y cómo medir nuestra influencia en ese conocimiento de las cosas? ¿Cómo ver la transformación que en las cosas se producen cuando las estamos conociendo? ¿Cómo saber en qué nos está transformando la verdad que descubrimos de las cosas, en el momento en que las miramos, y cuando creemos que ellas no nos miran? ¿Cómo abrirse a estos procesos de trasformación que ejerce sobre nosotros la realidad y que ejercemos nosotros en ella? ¿Cómo permitir y cómo saber que nuestra creencia en lo que somos, como personalidad que conoce, deja abierta las puertas y las ventanas al ser que experimenta la vida?

Además, ¿cómo integrar las nuevas visiones que provienen de los nuevos conocimientos en las ciencias físicas, biológicas, neurológicas etc. que nos dan una nueva lectura sobre lo que puede ser el ser humano y el universo, con una mirada transdisciplinar que nos permita configurar un modelo pedagógico para favorecer el paso a una concepción nueva del hombre, de la mujer y de la sociedad que construyen ambos cada día?

Por otro lado, lo importante de las estrategias de aprendizaje no está en el inmediato mayor rendimiento escolar, tan perseguido en esta comunidad de Madrid, por ejemplo, sino en la capacidad que desarrolla el individuo, de aceptación y apertura a otras perspectivas distintas a las que ya posee, y que lo sitúa en un proceso de aprendizaje permanente.

En el debate entre enseñar estrategias de aprendizaje o desarrollar los temas del programa, hay que fijar la atención y el objetivo en aquello que ha de quedar vivo y para siempre en los alumnos, después de su paso por la escuela: la inquietud y la habilidad para seguir aprendiendo.

Es fundamental encontrar una metodología abierta a la propia creatividad de cada persona, a su origen, a los recursos con los que cuenta y al medio en donde se desenvuelve su acción. Una metodología que esté centrada en las pautas que configuran la realidad para tratar de señalar sus posibles significados.

Es fundamental que se tenga presente el conjunto de circunstancias que rodean el proceso de aprendizaje, a la hora de establecer una estrategia para cualquier tipo de objetivo a cubrir.

También es fundamental que se defina qué conocimientos son pertinentes y cuáles no. Las investigaciones metacognitivas señalan que “lo primordial en educación es que el alumno sea autónomo, maduro, eficaz y que sepa trabajar por sí mismo”. Esto sólo se puede lograr si tenemos en cuenta desde quién partimos y cuál es el objetivo principal de su educación.

Aprender a aprender es adquirir la capacidad de estar activo y despierto en cualquier momento o acontecimiento que se viva; es saber que el protagonista de cualquier aprendizaje es el aprendiz; es reconocer la aventura de desentrañar aquello que otros también desentrañaron… es descubrir que, en ese camino por aprender a aprender, lo que realmente se hace es conocerse a sí mismo: el gran objetivo.

Aprender a aprender también implica aprender a desaprender (perdonen el trabalenguas), como manera de reanudar el camino andado con una perspectiva nueva, soportada por la experiencia vivida y la reflexión sobre dicha experiencia, a la luz de nuevos conocimientos.

Y en eso estamos, una vez más

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